«El amor no conoce nada impropio». La voz de una pastora interpretada por Sabrina de la Hoz en Temblores –la última película de Jayro Bustamante– atraviesa como un trueno la escena de una congregación religiosa. Entre sus filas está Pablo, un hombre que enfrenta un tormento personal y familiar tras haberse enamorado de otro hombre. Su historia es un espejo para una sociedad como la guatemalteca.
Temblores no ofrece demasiados detalles sobre cómo Pablo (Juan Pablo Olyslager) se enamora de Francisco (Mauricio Armas), un masajista que al contrario de él, no tiene ninguna reserva o vergüenza sobre el amor que siente. Su padre le sugiere que lo niegue todo, su madre que se arrepienta y pida perdón. Su esposa, Isa (Diane Bathen), decide alejarlo de sus hijos e insiste en que busque ayuda.
Como muchas otras personas en Guatemala, descubrir, reconocer, y afirmar sus sentimientos hacia una persona del mismo sexo resulta el inicio de un descalabro de todas las certezas que creemos que existen sobre el amor, la familia y la religión. ¿Pero es realmente impropio el amor entre personas del mismo sexo? ¿O resulta más impropio estigmatizar y culpabilizar a quienes lo viven, al punto de negarles sus vínculos sociales a todo nivel?
En todo el mundo, las personas lesbianas, gays, bisexuales y trans (LGBT) enfrentan rechazo a todo nivel, y muy a menudo, uno de los principales focos de estigma y negación se encuentra entre los seres más cercanos y queridos que uno tiene: la familia. Dado que el asunto se suele manejar en estricta secretividad, es difícil conocer a ciencia cierta cómo operan, y muy difícil encontrar a personas que, habiendo sobrevivido procesos similares, hablen públicamente sobre el tema.
Pablo se somete a sí mismo a un régimen de «terapia de conversión», el nombre por el que se conoce a todas las técnicas y herramientas que buscan modificar la orientación sexual o identidad de género de las personas. Éstas pueden llegar al nivel de la violencia, pero la terapia abarca una diversidad de técnicas y herramientas que perpetúan mitos y fundamentalmente refuerzan mensajes sobre cómo la diversidad es patológica, inaceptable, o corregible.
Su efecto principal es sobre la integridad psicológica de quienes las sufren: donde prevalecen los imaginarios y normas sociales que designan a la diversidad como inaceptable, ésto también afecta la propia noción de sí mismos que tienen sus víctimas. Esto les hace buscar cambiar, o curarse, sujetos a las presiones de defender su propia identidad ante familias, amigos y comunidades de fe.
Pablo es un ejemplo importante. Tras ser separado de su familia, crece su desesperación por ver a sus hijos y es despedido de su trabajo, porque su «estilo de vida» no encaja en el «código de conducta impecable» de la empresa; se había corrido la voz.
El riesgo de perder estos vínculos afectivos, y perder los medios de subsistencia que mantienen a una persona, son la razón esencial por la que las personas se someten a terapias que atentan contra su propia integridad. Para muchas personas, afirmar sus identidades y salir de sus hogares para poder vivirlas con plenitud representa a menudo la pérdida del sustento material –techo y comida–, acceso a educación, y por consecuencia a empleo y un buen nivel de vida.
No me crean a mí, ni crean las últimas investigaciones que establecen este problema como uno de alcances globales. La mirada de Jayro nos presenta una situación concreta, una experiencia de vida, que podría ser la de un hombre o una mujer, de clase media o de clase alta, católica o evangélica. Y, lejos de arrojarnos respuestas, nos hace preguntas difíciles: ¿Es realmente impropia esta forma de amor? ¿Por qué le damos más peso a las tradiciones, creencias e ideas tradicionales que a la aceptación de todos nuestros seres queridos? ¿Por qué degradamos tanto a quienes se desligan de nuestra idea tradicional de amor?
Las personas crecemos como la hiedra: donde hay espacio para nosotros. Esta película habla de varias formas en las que esos espacios se nos cierran a las personas LGBTIQ, en nombre de la familia y la religión, pero al costo del verdadero respeto y amor en que ambas cosas se basan.