Artista: Mario Valdez. Foto: JusticiaYa
Estamos en un momento clave para sumar nuestras voces desde la comunidad LGBTIQ y cualquiera de las organizaciones sociales y movimientos comunitarios. Es tiempo de rechazar enérgicamente el autoritarismo y la corrupción.
No han sido días fáciles. El Estado – que por décadas ha incumplido sus obligaciones de garantizar iguales derechos a la población LGBTIQ – empezó a atentar directamente contra nosotros. Pero no somos ni los primeros ni los últimos sectores de la población en ser criminalizados por nuestra mera existencia o la defensa de nuestros derechos. Si entendemos esto, podemos sumar nuestras voces a las de quienes hoy están organizándose por un país más justo. La posibilidad de lograrlo nunca había estado tan cerca.
Jimmy Morales está desesperado. Y por eso su gobierno y aliados están amenazando el mismo orden constitucional y democrático, si es que eso les permite debilitar a las instituciones que han puesto un límite a sus acciones ilegales y que atentan contra el futuro de toda la ciudadanía.
En los últimos días, Morales ha intentado distraer a la población y manipular sus convicciones morales a su favor. Al afirmar que «Guatemala cree en la familia basada en la vida [y] el matrimonio de hombre y mujer», busca que un número importante de personas que rechaza a estos grupos le apoye y le dé un mínimo de legitimidad.
Inventando al enemigo
La táctica no es ninguna novedad. Los grupos de poder saben que no pueden mantener su grado de influencia únicamente en virtud del ejercicio de la fuerza. Y para procurarse legitimidad, crean discursos y narrativas que evitan un cuestionamientos en la población.
Una de las formas más comunes de hacerlo es crear un enemigo, que puedan representar como un mal “mayor”, y que distraiga del supuesto mal “menor” de abusar su autoridad y de la fuerza pública. El Estado Nazi, por ejemplo, inventó un mito para hacer creer a los alemanes que el enemigo interno era el pueblo judío – y así lograron apoyos populares suficientes para emprender una de las más grandes masacres de la historia. El Estado de Guatemala llegó al extremo de cometer genocidio, asesinando a miles de inocentes bajo la justificación de que estaban frenando la “amenaza comunista”.
Morales ha intentado copiar la receta bajo condiciones distintas. Primero señaló a los movimientos campesinos, convirtiéndolos en un enemigo de su gobierno y capitalizando el rechazo del sector empresarial y las clases medias. En mayo del año pasado, señaló directamente al Comité de Desarrollo Campesino (Codeca) por bloquear carreteras y por el supuesto robo de energía. Ambas situaciones son síntomas de un gobierno que no atiende necesidades básicas de la población y no establece reglas claras para mediar lo que hoy son conflictos sociales.
Al menos 19 líderes comunitarios han sido asesinados este año, en una ola de violencia que ha cobrado las vidas de quienes integran organizaciones –como Codeca y el Comité Campesino del Altiplano–, que se han opuesto a desalojos y a proyectos extractivos que no les benefician directamente, como minas, hidroeléctricas, y la tala ilegal. Morales podría haber actuado para garantizar reglas claras y atender las demandas de la población que lo protesta, pero optó por mantener el estado de cosas actual y disfrazarlo de un discurso que criminaliza al que define como distinto.
En los últimos días, Morales amplió su concepto de enemigo interno para incluir a mujeres que defienden sus derechos sexuales y reproductivos y a las personas que somos parte de la diversidad sexual y de género. La diferencia se construye desde el discurso y con el objetivo, nuevamente, de mantener o dar legitimidad al sistema actual.
Ante esta situación sería fácil escondernos y resguardarnos. Pero eso es precisamente lo que busca el gobierno. El despliegue militar de los últimos días, los operativos policiales a negocios aliados, y las intimidaciones selectivas a algunos líderes comunitarios buscan precisamente que tengamos miedo y no protestemos.
Pero este es un momento único para sumar nuestras voces desde la comunidad LGBTIQ, y cualquiera de las organizaciones sociales y movimientos comunitarios, para rechazar enérgicamente el autoritarismo y la corrupción.
Las comunidades en resistencia saben que rendirse no es una opción. Y en la última semana se han organizado en protestas masivas para rechazar las acciones corruptas del gobierno y sus aliados. Para una clase media acomodada, no es natural vernos lado a lado con estas agrupaciones, con quienes a lo mejor no hemos convivido o viven una realidad distinta a la nuestra.
Pero es mentira que tener un trabajo de 9 a 5 nos proteja del alto costo que la corrupción tiene en nuestras vidas. Somos sólo un poco menos vulnerables que esos líderes que han puesto el cuerpo al resistir las acciones de un gobierno cooptado y que opera con consentimiento de la élite corrupta. En el caso de las personas LGBTIQ, es mentira que el clóset nos proteja de ese estigma que el Presidente y sus aliados reafirmaron y que nos mantiene en constante riesgo ante la violencia.
Es momento de unirnos y exigir que la promesa que hace la Constitución – todos somos libres e iguales en dignidad y derechos – sea cierta. Y protestar para impedir un retroceso en el avance de la justicia. No estamos solos, pero es momento de insistir con enjundia en la posibilidad de un futuro más digno y justo es posible. Que no nos roben el ánimo ni la esperanza.
Publicado originalmente en Nómada.