¿Elegimos nuestra orientación sexual? El futuro del movimiento LGBT no debería depender tanto de la respuesta.
El matrimonio igualitario es una causa que ganó fuerza en los últimos años. En 2015 únicamente, Luxemburgo legalizó el matrimonio entre personas del mismo sexo en enero, mientras que Irlanda lo hizo en mayo por medio de un plebiscito. La Corte Suprema de Estados Unidos emitió una resolución que legalizó el mismo en los cincuenta estados de la unión. En Chile, mientras tanto, se aprobó un proyecto de ley que reconoce la unión civil, entre personas del mismo o de diferente sexo.
El cambio político ha sido acelerado. Y el éxito en mover el debate político hacia una aceptación cada vez mayor de las diferentes orientaciones sexuales se debe a una labor organizativa y comunicativa de las organizaciones políticas activas en cada país. Uno de esos mensajes, sin embargo, ha sido al mismo tiempo poderoso y equivocado. ¿Es la homosexualidad una elección? Activistas y organizaciones LGBT tienden a responder que no. La orientación sexual es innata — así somos porque así nacimos.
Este mensaje ha sido efectivo en generar un cambio real y que ha tenido un impacto positivo en la vida de millones de personas. Se ha abandonado la idea de que la homosexualidad es una opción y sobre todo su corolario, que la opción “correcta” es elegir la heterosexualidad. Muchos miembros del público se volvieron más tolerantes y han caído en desuso los métodos para curar lo que nunca fue un trastorno o enfermedad — incluyendo terapias de “conversión” que siguen siendo un peligro real para muchos.
La orientación sexual, sin embargo, no es ni una elección con completa libertad de elección ni un factor determinado por completo desde el nacimiento. Y aunque la ciencia no ha determinado justamente en qué medida influye la genética y en qué medida lo hace la experiencia, lo más probable es que la orientación sexual sea un producto de la combinación de ambas.
Antes de la década de los setenta, la orientación sexual — y la personalidad en general — era entendida como un producto de la crianza y el ambiente cultural en que se educaba a un niño. Pero ni la mente es una hoja en blanco ni la naturaleza humana es infinitamente moldeable, con lo que la psicología cognitiva y evolutiva han tomado la delantera en el estudio de la forma en que pensamos y nos comportamos. Y varios estudios han demostrado que la orientación sexual definitivamente tiene un componente biológico.
Un equipo de investigadores dirigido por Simon LeVay, cuyos resultados fueron publicados en 1991 por la revista Science, determinó que un grupo de células en el hipotálamo estaba asociado con el deseo sexual. El grupo, conocido como INAH3, era de mayor tamaño entre hombres heterosexuales que entre hombres homosexuales, y más grande en los últimos que en las mujeres, por estar expuestos a mayores niveles de testosterona. En 1993, otro estudio demostró que familias con dos hermanos homosexuales tenían una probabilidad alta de tener marcadores genéticos en una región del cromosoma X conocido como Xq28. Pero es muy fácil generalizar a partir de descubrimientos puntuales como estos: no existe un gen gay ni nuestra personalidad es el resultado exclusivo de abundancia o falta de testosterona.
Es cierto que los genes contribuyen a básicamente todos los aspectos de nuestra personalidad como el coeficiente intelectual, la enfermedad mental y rasgos de la personalidad básicos como la timidez o la extroversión. También se relacionan con el grado al cual te gusta el arte moderno o te interesa la religión, e incluso la orientación política. Pero que un aspecto de nuestra psicología sea innato no quiere decir que esté predeterminado por completo. Significa, como señala el psicólogo cognitivo Jonathan Haidt, que es una especie de borrador que organiza nuestra forma de pensar y actuar. Pero como todo borrador, es posible que las experiencias individuales de cada persona ayude a editar y reescribir ese borrador. Como señala el protagonista de Middlesex, la novela de Jeffrey Eugenides, “La biología te provee un cerebro, pero la vida la convierte en una mente”.
La sexualidad, como todo rasgo de la personalidad, es un fenómeno que tiene un fundamento biológico — el deseo sexual — pero una naturaleza social — la forma en que expresamos ese deseo.
Esa expresión varía a través de la historia. En la Antigua Grecia, por ejemplo, relaciones entre adultos y adolescentes jugaban un rol pedagógico de maestro y alumno, pero también había un componente erótico. En Japón, la homosexualidad ha estado conectada con el surgimiento de fuertes corrientes artísticas en pintura y literatura que celebraban la unión de homosexuales. Y en Tailandia se ha aceptado por siglos la existencia del travestismo, pero en vez de prohibirle, se le ha tratado históricamente como un tercer género.
A nosotros mismos nos condiciona nuestra cultura: el concepto mismo de orientación sexual tiene menos de 200 años. Y la idea de que las personas deben unirse con su pareja en base a la atracción romántica quizá más reciente incluso. La propia dicotomía entre homosexualidad y heterosexualidad es errónea: es un producto de la visión dominante desde mediados del siglo XVII.
Todos estos factores juegan un papel en nuestra orientación sexual, pero no la determinan. Nuestros padres, el colegio al que asistimos, el trabajo que tenemos y los amigos de los que nos rodeamos influyen en la forma en que votamos por un partido político, escogemos una religión o seguimos una dieta específica. Son límites naturales a la libre elección que podemos tomar. Pero así como nadie tiene que demostrar que la genética los fuerza a votar por ese partido o a convertirse a una religión, nadie que no sea heterosexual debería demostrar que esa opción de vida está más allá de su control.
Entender esta diferencia crucial puede facilitar el éxito de las tareas pendientes que tiene el movimiento LGBT: visibilizar la discriminación que sufren los transexuales, o reconocer la validez de orientaciones sexuales alternativas (pansexual, polisexual, asexual, o intersexual, por ejemplo). Gays, lesbianas, bisexuales y transexuales pueden decidir vivir su sexualidad como mejor les parezca. La aceptación y el reconocimiento de sus derechos no debería depender de encontrar una respuesta definitiva a la causa de su orientación.
Todos los cambios a favor de los derechos de las personas (mujeres, afroamericanos, indígenas, etc) han sido por presiones sociales. Las normas no cambian de otra manera.
Y sobre si uno nace o se elige la orientación, da exactamente lo mismo: El estado debe respetar la dignidad inherente a la persona humana y esto implica sus decisiones sobre cómo llevarla y dirigirla, incluyendo su orientación sexual y su proyecto de vida amoroso-afectivo.
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