LA LIBERTAD DE SER COMO SOMOS

Aquellos años en Cobán: así perdí el miedo a ser LGBTIQ y visible

Por: Christian Rossell

Cuando tenía 15 años vivía en Cobán, una ciudad conservadora, militarizada y en crecimiento, en una familia de clase media con mis padres y hermanos. Estudiaba en un colegio privado también conservador y católico. Y de mis 30 compañeros, yo era quien se caracterizaba por ser tímido e introvertido pero buen estudiante.

Contar mi historia es hablar de un cuerpo que cambiaba, pero también de sentimientos que no podía explicar y que yo no había elegido. Empecé a sentir un tipo de atracción por un compañero con hermosa sonrisa que era muy amable conmigo; sabía que él lo había despertado, pero no sabía lo que era.

Mi intuición me decía que había consecuencias por dejarse sentir ese tipo de cosas. Y sobre todo por el riesgo de que mis compañeros, familia y amigos se enteraran. En el colegio usábamos términos despectivos, como “maricón” y “hueco”, para referirnos a aquel maestro que mostraba gestos femeninos. Burlarnos de él era tan normal, algo que incluso aprendimos en casa con la familia, con los amigos, en la calle y en el patio de recreo. 

Yo sabía que ser “hueco” me convertía en un blanco fácil y me condenaba ante los demás. Fue por eso que hice todo lo que estuvo en mis manos para ocultar mi verdad a los demás. Construí una especie de cruz que cargaba en silencio.

Hacerte visible es un proceso que te transforma. Para mí todo empezó cuando asistí a un diplomado de liderazgo fuera de la ciudad y me encontré con compañeros abiertamente gays que vivían una vida normal. Ellos se convirtieron en mi primeros referentes para tomar la decisión de dejar de vivir una mentira.

Yo no sabía ni por dónde empezar. Tenía miedo al rechazo y a perder los privilegios que la sociedad te asigna al ser “normal”. Con el pasar del tiempo encontré nuevos referentes en los libros y en internet que me permitieron darme cuenta que ser homosexual era completamente normal y que podía vivir una vida plena y feliz.

Un 28 de junio de 2017 le declaré a mi madre que era gay.

En ese mismo año la crisis del proceso de hacerse visible me llevó a buscar ayuda profesional. La ansiedad y la depresión se habían hecho presentes. No podía cargar solo con esta cruz. Asistí a terapia en una clínica amigable y segura para hombres homosexuales, la cual me empoderó y llenó de valor para seguir viviendo mi vida de una forma plena.

Hoy la cruz aún pesa, pero es más liviana y es visible, me tomó tiempo aceptarme tal como soy, confrontar a la familia, amigos y personas más cercanas y decirles: “Este es quien soy”.

Mi experiencia es parecida a la de muchas personas que temen identificarse como una persona LGBTIQ porque —con mucha razón— tienen temor al rechazo y la violencia que pueden encontrar al hacerlo. En muchas partes del país, se encuentra violencia en la propia familia y el círculo de amistades más íntimas cuando uno comete la audacia de aceptar su orientación sexual, de vivir como realmente uno es.

El sentimiento de culpa marca a muchos de nosotros. Tememos al rechazo de la familia, de gran parte de nuestros amigos, y de la iglesia. Tememos decepcionarles, aunque no tengamos culpa de nada.

En este camino he conocido muchas más historias similares a la mía. La de aquellos que se escondían para “evitar el rechazo, las palabras peyorativas y las burlas”. La de aquellas otras que vivieron agobiadas “porque la gente empezó a sospechar: ha levantar calumnias, a discriminarlas”. La de aquel que lucha porque se ha sentido “no normal, devastado, triste, solo, desolado y todo lo que conlleva una vida mierda”. 

Conocí varios testimonios que iban en la misma línea. La discriminación la sufrí en Cobán pero esa realidad no es muy distinta a otras partes del país. Mi historia no pretende ser ilustrativa, pero como contaba, creo que es posible demostrar que se puede superar el miedo. Las cosas pueden mejorar. Empezá por aceptarte, porque como dice el psicólogo Gabriel J. Martín, “para tomar las riendas de su propio destino uno necesita saber quién es. Porque solo conociendo quién eres podrás saber cuál es tu propio camino y recorrerlo”.

El viaje de cada quien es distinto pero —más de diez años después— puedo decir que hay una comunidad pequeña, pero creciente, que te sostiene, te acepta y te abraza.

Columna publicada originalmente en Nómada.

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