Cerramos el mes del orgullo 2018 con una reflexión sobre las bases del movimiento por la diversidad sexual y de género, que acompañamos con algunos de los momentos más importantes de las celebraciones.
Por Juan Pablo Hernández
Tras siglos de exclusión e invisibilización en la historia escrita del mundo, durante las últimas décadas hemos construido ladrillo a ladrillo nuestra propia narrativa. La resiliencia forjada de historias de luchas de la comunidad LGBTIQ – algunas perdidas, algunas ganadas – forman la base de nuestro orgullo.
En el año 1969, la policía hizo una redada en el Stonewall Inn, un bar de la comunidad diversa en el Greenwich Village de Nueva York. Pero tras muchos años de opresión y discriminación, esa madrugada del 28 de junio hizo historia y se convirtió en el inicio de los disturbios – luego celebraciones – del orgullo LGBTIQ que conmemoramos cada año en el mes de junio.
La policía registraba en el baño a las personas vestidas con prendas femeninas y, si descubrían que su sexo era masculino, eran arrestadas. También se registraban las credenciales de todos los hombres con el fin de clasificarlos en listados, un método común de intimidación. Pero esa noche, los clientes se negaron a seguir el procedimiento policial.
Algunos de los clientes que habían salido del lugar – o habían sido liberados por la policía – no abandonaron la zona, sino que se congregaron alrededor formando una muchedumbre que poco a poco se hizo más hostil contra la autoridad neoyorquina y que perdió el control cuando una mujer fue arrestada, golpeada y subida a una furgoneta oficial.
La multitud empezó a lanzar ladrillos. Y estos ladrillos son importantísimos, junto a otros símbolos, íconos, personajes y momentos históricos que construyeronn nuestra historia, aunque en la mayoría de los casos se nos olvida mencionarlos. Los disturbios de Stonewall fueron el momento en que se colmó la paciencia de quienes por siglos habían sido víctimas de discriminación, encarcelamiento injusto y cuyo único «delito» fue su diferencia y voluntad de existir bajo sus propias condiciones.
No podemos comprender la historia sin la presencia de las personas lesbianas, gay, bisexuales o trans, sencillamente porque somos parte de toda sociedad, en todos los niveles, en todos los contextos y situaciones. La humanidad es irremediablemente diversa y, aunque la historia oficial se ha empecinado en omitir mención de la diversidad, ella es precisamente el secreto de su constante avance – la diferencia de opiniones y vivencias sólo nos enriquece.
Esos ladrillos fueron lanzados con un grito de resistencia ante el intento de desaparecernos a lo largo de la historia. Estoy seguro que uno de ellos fue lanzado porque, en otro tiempo, los nazi utilizaron un triángulo rosa apuntando hacia abajo, el temido Rosa Winkel, para clasificar hombres acusados de actos de homosexualidad y recluirlos en campos de concentración. Poco menos conocido fue el triángulo negro colocado a mujeres acusadas de comportamiento lésbico.
Seguramente se lanzaron varios ladrillos en reivindicación de quienes, como Eleanor Roosevelt o Sor Juana Inés de la Cruz, fueron enmudecidas y se les negó una existencia plena. Otro tanto fue lanzado por las víctimas más célebres de la ignorancia y el prejuicio, como Oscar Wilde, Alan Turing o Federico García Lorca.
De esta serie de disturbios surgieron algunos de los primeros liderazgos de la reivindicación LGBTIQ, como el de Marsha P. Johnson y Sylvia Rivera.
Y la comunidad LGBTIQ moderna debe reconocer que no sería nada sin los ladrillos que lanzaron las mujeres trans de color y las personas en situación de calle. A estas personas, que eran consideradas como parias sociales, les debemos el inicio de una oleada con alcance mundial. Y es nuestro deber recordarles por ser pioneras del movimiento y honrar su memoria ejerciendo los derechos que nos concedieron.
Los ladrillos encontrados en un sitio en construcción cercano a los disturbios fueron insuficientes para reclamar por la vida de miles de personas que sufrieron bajo un régimen que les obligó a sentir que ser diferente era algo malo. Miles de vidas se perdieron por abusos, odio o que fueron llevadas al extremo de la autodestrucción. Pero hoy tenemos más materiales, y nos toca seguir construyendo, con ladrillos que apilaremos como una plataforma para exigir el cese de políticas de discriminación.
Pondremos uno en cada puerta que se quiera cerrar porque no estamos dispuestos a retroceder un paso en los derechos que nos ha costado más de una vida conseguir. Los usaremos para proteger a las poblaciones más vulnerables y que tengan un refugio mientras logramos un mundo mejor aquí afuera. Pavimentaremos caminos para que aquellos que caminen tras nuestros pasos encuentren una vía más amistosa y no deban gastar energías en las mismas batallas. Los vamos a pintar de colores para expresar la alegría que implica encontrarnos en nuestra diferencia y celebrar la diversidad como personas plenas.
«Ser felices será nuestra venganza», como dicen, pero además de felices somos críticos e incansables en nuestras demandas.
Cada año vivimos el orgullo porque seguimos enfrentándonos a un mundo hostil, pero que tratamos de transformar para que cada persona pueda vivir plenamente, sin importar su orientación sexual o identidad de género. Y que se pueda unir a una comunidad que le reciba reconociendo y celebrando su individualidad.
Porque merecemos una vida digna, una sociedad incluyente y una existencia plena y porque a pesar de todo, estamos vivos, juntos y optimistas. Orgullo todos los días.